Vikingos, la apuesta televisiva de History Channel del año pasado, que pudimos ver en español gracias a TNT—y en abierto por Antena3— ha sido una de las proposiciones recientes más curiosas e interesantes para la pequeña pantalla. Ni qué decir tiene que frikazo que es uno de la ambientación escandinava durante el periodo de expansión nórdica, se trataba de una demanda que sería inadmisible perderme, así que aprovechando que está a punto de dar comienzo su segunda temporada (la fecha oficial de estreno es el 27 de febrero) vamos a refrescar la memoria hablando de su sesión preliminar. Nueve capítulos han bastado a esta coproducción entre Irlanda y Canadá, dirigida por Michael Hirst (Los Tudor), para posicionarse ventajosamente en la parrilla de emisión, convenciendo más o menos unanimemente a crítica y público.
Varios factores han conseguido que la audiencia se fije en Vikingos y le haya dado su respaldo. Una desacostumbrada fidelidad histórica, tan de agradecer por quienes —sin ser expertos— algo sabemos del tema, unido a un guión bien elaborado, mezclando episodios verídicos con una trama ficticia que engancha poco a poco, y un elenco de intérpretes atractivo (en todos los sentidos) que maneja una actuación más que correcta.
La serie narra la historia personal de Ragnar Lothbrok (Travis Fimmel), granjero y guerrero, como le tocaba ser a casi todo hijo de vecino por entonces, algo rebelde y ambicioso, que no se conforma con servir en los saqueos ordenados por el jefe local, sino que tiene miras más altas. Aunque Ragnar lleva una vida por lo general aceptable junto a su mujer y sus dos hijos, sueña con embarcarse hacia el oeste, donde se rumorea que existen ricas tierras esperando ser asaltadas, y dirigir su propia expedición.
Naturalmente esto choca contra el mandato del conde Haraldson, que dicta el cómo y el cuándo de toda iniciativa a adoptar por la comunidad, de modo que su intención de construir un barco (utilizando técnicas de calado por entonces innovadoras) y partir con un puñado de fieles, entre los que se cuenta su hermano Rollo, quebranta las normas y es considerado como traición. A pesar de que Ragnar teme por la seguridad de su esposa, Lagertha, y de sus hijos, las ansias por descubrir nuevos horizontes —y un poco también de destacar— son más fuertes, así que se pone en marcha tan pronto la nave queda construida gracias a las hábiles manos de uno de sus seguidores, el lunático Floki. Quieren las circunstancias, unido a sus visionarias estratagemas de navegación, que el drakkar vaya a parar a las costas de Northumbria, poniendo así su nombre al saqueo sobre el Monasterio de Lindisfarne, que inaugura oficialmente la Era Vikinga como primer ataque registrado de este pueblo sobre occidente, en 793. La vuelta triunfal junto a su clan, demostrando la legitimidad de sus teorías, le granjeará el resentimiento de Haraldson, que mira con desconfianza la creciente popularidad de Ragnar y planea la venganza.
La sinopsis anterior se correspondería aproximadamente con el episodio piloto y tan sólo marca el punto de partida de un guión algo predecible, pero sin duda bien conducido: la confrontación de Ragnar con el jefe del clan, los objetivos que proyecta de cara a futuras correrías marítimas, la rivalidad que se masca entre los hermanos, motivada por los aires de grandeza frustrados a los que también aspira Rollo (además de la obsesión que siente por Lagertha), y el enfoque sobre la sociedad vikinga que origina el personaje de Athelstan, uno de los monjes de Lindisfarne capturado por Ragnar y que queda a su servicio en condición de esclavo, aunque entre los dos hombres se establecerá una mutua confianza y cierta curiosidad por sus modos de vida tan diferentes.
En una serie de estas características uno de los aspectos fundamentales a tener en cuenta es la autenticidad y asimilación de la recreación histórica adoptada. Desde esa perspectiva, debo decir que Vikingos ha superado mis expectativas iniciales y son muchos los matices que veo cuidados en su elaboración, logrando un decente equilibrio entre las fuentes fehacientes que sirven de documentación y la ficción que da curso a los sucesos expuestos en la trama. No sólo no se presenta a este pueblo como una sanguinaria horda de salvajes pensando en matar a todas horas, por más que ésa sea la imagen que erróneamente se ha popularizado de ellos, sino que además sus productores han prestado atención a toda clase de detalles en su modo de guiarse social, política y espiritualmente.
Más allá de que el personaje mismo de Ragnar Lothbrok esté inspirado o no en la figura real de algún legendario héroe perteneciente a esta civilización (eso parece), lo cierto es que el reflejo de las tradiciones inherentes a la sociedad vikinga se ven plasmadas con mayor rigor del que suele hallarse en un producto televisivo orientado al entretenimiento. No hablo sólo de la reproducción del vestuario, los ajuares domésticos, las armas y piezas de protección (¡nada de cascos con cuernos, gracias a dios!), la simulación de peinados y objetos de uso común, o la réplica de su arquitectura, sino de la expresión de la dimensión cultural de este colectivo. No es extraño que presenciemos a los mayores transmitiendo oralmente a sus críos las sagas y leyendas nórdicas contenidas en las eddas, por ejemplo. Pero además también somos testigos de la realización de costumbres cotidianas, celebraciones de carácter civil (bodas, asunción de la categoría de guerreros de los jóvenes de la aldea, etc.), funerario-religioso (rituales de renovación, sacrificios, primeros contactos con el cristianismo, peregrinaciones al templo pagano de Uppsala) y labores relacionadas con otras muchas facetas: además, naturalmente, de las acciones militares, los leves avances tecnológicos e incluso las prácticas sexuales (me ha sorprendido la falta de pudor de la que hacían gala en este sentido, cosa que ignoraba por completo).
Merece una mención especial el tratamiento del apartado naútico, tan natural de la cultura vikinga. Además de las referencias al desarrollo de nuevos procedimientos en la creación de las típicas embarcaciones de este pueblo de navegantes —los archifamosos drakkars—, como las quillas más estrechas que permitían remontar los cauces de los ríos, destaca la introducción anecdótica (que da pie a la expedición por sus propios medios de Ragnar) del uso de la piedra solar de calcita, así como otro primitivo instrumental naval, para no ir a ciegas en condiciones climatológicas adversas, orientarse en la niebla de los mares del norte y afrontar singladuras mucho más alejadas de la costa.
En definitiva, no digo que no existan determinados pormenores concretos que a los más versados en la materia les puedan rechinar ligeramente, sobre todo los que se deban a una distorsión temporal entre la época en que la serie está ambientada —en torno al 800— con prácticas que se atribuyen posteriores a esta sociedad protonormanda. Imagino que también resulta un tanto inverosímil el desconocimiento que se les presume por entonces a los vikingos en cuanto a las tierras que se extienden al oeste de sus mares, así como la relación entre Ragnar y Athelstan, en ese proceso pseudo-recíproco de cristianización y paganismo, siendo el monje uno de los personajes fundamentales para explicar muchos puntos de vista de este pueblo al que al principio considera en todo bárbaro y despiadado.
Por cierto, por si os lo estabais preguntando: sí, también aparecen los célebres berserkers que se autoinducían un estado de trance y la furia en combate por medio del consumo de hongos alucinógenos (quizá el personaje del pirado Floki es el que más encaja con este perfil). La serie, por otra parte, no tiene reparos en introducir secuencias particularmente sangrientas, aunque tampoco se muestra excesivamente explícita al respecto. Además, la contextualización de la mitología nórdica aparece retratada, entre otros, por pasajes como las visiones de Ragnar del dios nórdico Odín y de sus Valkirias en el campo de batalla.
Aunque no haya muchos nombres conocidos entre el reparto, es necesario hablar de las interpretaciones, y en un sentido bastante positivo además. Destaca la presencia del irlandés Gabriel Byrne, que borda un estupendo papel en la figura del conde Haraldson. El rival de Ragnar no es el típico antagonista per se. Su forma de actuar es cabal y está plenamente justificada ante el vasallo sedicioso que pone en peligro su posición de líder. Jessalyn Gilsig, la actriz canadiense que ejerce el rol de Siggy, la esposa del jarl Haraldson, también me pareció muy cumplidora en el resultado de su actuación.
Para ser un modelo reconvertido en actor, lo cierto es que Travis Fimmel, en la piel del indiscutible protagonista Ragnar Lothbrok, realiza un trabajo más que solvente. Efectivamente, este australiano de portada de revista para una famosa firma de ropa interior masculina, no sólo da la talla con una perfecta estampa nórdica en el aspecto físico, sino que además su gesto y esa penetrante mirada rematan la imagen de ferocidad fría del guerrero que se sabe tan bueno con el hacha como en la táctica jerárquica.
Al mencionar a su compañera Lagertha (la seductora Katheryn Winnick) sale a debate la posición de la mujer en la sociedad vikinga, pues éstas no quedaban relegadas al mantenimiento del hogar, sino que gozaban de unas prebendas incomparables para la época. Por eso me ha llamado la atención el atrevido juicio de algunos medios sobre este personaje, en tanto que desempeña las funciones de escudera y participa en varias escaramuzas, ya que no era extraño que una mujer nórdica tan pronto hiciera de ama de casa como que empuñase un arma. Por otro lado, la relación sentimental de Ragnar y Lagertha no peca de sensiblería, sin que por ello quede descartado ni mucho menos el factor emotivo entre ambos. Tengo que apuntar que, en cierto modo, este personaje me ha evocado a una versión en carne y hueso de la vital princesa vikinga Aaricia, de Thorgal. No pasa desapercibida tampoco la belleza indómita de la actriz que, como anécdota curiosa, es cinturón negro en el equipo nacional canadiense de taekwondo, ahí es nada...
Que no se nos molesten las telespectadoras, sobre todo aquellas que gusten de los tipos duros, porque también tenemos a Rollo, que encarna al rudo hermano de Ragnar. Clive Standen da vida al implacable guerrero cuyas metas ocultas se intuyen desde el principio. Carente de la claridad y el talento del protagonista, da sin embargo mucho juego. Otros personajes dignos de alusión son el citado monje cristiano Athelstan (George Blagden), que se libra de la carnicería de su monasterio para iniciar una nueva vida al ser hecho prisionero por los vikingos; así como Bjorn y Gyda, los pequeños de Ragnar (felicitación a los jóvenes actores, en especial el chaval, que los personifican).
Si bien no se aclara con exactitud dónde se ubica el clan del que forma parte Ragnar Lothbrok, los escenarios nos sugieren por lógica paisajes que perfectamente podrían pertenecer a cualquiera de los países escandinavos. Se hacen referencias a lugares como la península de Jutlandia cuando aparece el caudillo de esta comarca, así como a la provincia de Götaland (sur de Suecia). También aparecen, ya en territorio británico, citas a los reinos sajones de la Inglaterra cuyas costas pronto conocerían el azote de los llamados 'demonios del norte'. No obstante, estos primeros nueve capítulos han sido rodados sobre todo en la verde Irlanda y en algunas localizaciones concretas de Noruega, que despiertan la pureza de los nubosos horizontes nórdicos y su húmeda atmósfera.
Hoy día es sabido que un buen reclamo para toda serie que presuma de amplia audiencia es un gran opening que capte nuestro interés. Por eso los creadores de este drama histórico abren cada episodio con el hipnótico temazo «If I had a heart», del grupo sueco de pop electrónico Fever Ray. Os animo a escuchar sus poco más de 3 minutos mientras le echáis un atento vistazo a algunas imágenes de esta temporada.
Gracias a su guión inteligente y una temática muy motivadora para el público, Vikingos se convierte en una serie a la que definitivamente conviene dar una oportunidad. Es cierto que hay capítulos en los que baja un poco el ritmo (¡es que no todo va a ser liarse a guantazos!) y que se concede alguna que otra licencia, pero en todo caso éstas son pasables y no alteran de manera sustancial una magnífica labor de documentación. A quienes inexplicablemente insisten en compararla con un Juego de Tronos a la europea (que, la verdad, no entiendo el porqué), decirles que no tiene nada que ver. Ambas son buenas series, pero cada una en su campo, por más que ciertos medios americanos se hayan empeñado en enfangarla y que algunos espectadores se obstinen en no ver calidad más allá de la adaptación de la popular saga fantástica (adaptación que tampoco es la octava maravilla que digamos). Símiles aparte, Vikingos es sin duda un producto televisivo tan serio como entretenido, que quizá no cuenta con esa intriga atosigante de las superproducciones de alto presupuesto ni con los mejores actores del momento, pero que puede presumir de muchas virtudes allí donde otros fallan.
Como veréis, no os he desvelado más que lo justo de su argumento para incitaros a que os enganchéis a esta, ante todo, estupenda serie de aventuras, especialmente indicada para los aficionados al género histórico. Esperando ver hacia dónde se dirige la trama (aunque hay suficientes hilos abiertos como para asegurar su continuidad por un tiempo), en casa ya contamos los días para que empiece su segunda temporada, de la que podréis ver en breve un teaser en la próxima agenda de novedades de la web. Dicho sea de paso, esta primera temporada ya se encuentra a la venta en DVD y Bluray.